En mayo de 2012, la Palme d’Or del festival
de Cannes volvió a ir a parar a Michael Haneke, esta vez por su trabajo Amour. El austríaco se ha convertido así
en el séptimo director en hacerse con este galardón dos veces, ya que su última
Palma de Oro la consiguió en 2009 con su anterior película, La cinta blanca, que para mí fue una de
las películas más sobrevaloradas del año. Por esta razón, cuando me senté a ver
Amour, lo hice con cierto escepticismo,
con cierta inquina, esperando otra decepción. Me equivoqué.
La historia de Amour se centra en una pareja de ancianos, Anne (Emmanuelle Riva) y
George (Jean-Louis Trintignant), unos profesores retirados de música que viven
una vejez tranquila hasta que Anne sufre un derrame cerebral. La narrativa es
pausada, calmada, con diálogos de tono cotidiano, y que cuenta entre sus mayores méritos con
una sobresaliente combinación de crudeza, de angustia y de ternura, la ternura en
una relación de dos personas que han envejecido juntas, que se quieren, que
sufren y que hacen sufrir al espectador huyendo de sentimentalismos baratos,
aportando naturalidad, dolor y mucha, mucha verdad. La tristeza y la asfixia
vienen, además, condicionadas por la casa que habitan, el único escenario de
toda la película.
Y si el guion es bueno, las interpretaciones
son aún mejores. Durante la mayoría del metraje, Emmanuelle y Jean-Louis (ambos
actores veteranos) son los únicos que aparecen en la pantalla, pero da la
sensación de que no se necesita mucho más, ya que desbordan credibilidad y,
sobre todo, muchísima química, salpicadas además por el apoyo secundario de una
gran Isabelle Huppert, que interpreta a la hija de la pareja. En cuanto a la
banda sonora, es escasa, pero acertada, incluyendo piezas clásicas de Bach y de
Schubert, entre otros.
Pero claro, no todo va a ser alabar, porque Amour no es perfecta. Hablando del
director en general más que de esta película en particular, diré que Haneke es
un director que se gusta muchísimo a sí mismo, que es consciente de su talento
y que por ello se recrea en su buen hacer. Es innegable que el director ejecuta
siempre una brillante fotografía, muy limpia, cargada de sobriedad, con cámaras
a menudo estáticas, planos continuos y pasajes extensos. Pero desde mi humilde
opinión, a menudo se alarga de forma innecesaria, con escenas intrascendentes
que aumentan de forma desmesurada la duración de una cinta que bien podría
decir lo mismo con menos. Y en Amour,
esto no es una excepción. Casos como la sala de cine del principio de la
película o la escena de la paloma del final servirán para ejemplificar esta
forma tan descarada de rellenar metraje. Y este es, para mí, el mayor error, no
sólo de Amour, sino de toda la
filmografía de Haneke, y la razón por la que no le he dado una puntuación más
alta, porque al menos a mí, que no puedo evitar ser partidario de la concisión, me parece
una táctica barata que corre el riesgo de convertir el cinéma vérité en una pesadilla infumable.
Conclusión: Amour trata el tema de la senectud, de la dignidad, y por supuesto,
del amor, con un respeto, una transparencia y un cariño dignos de elogiar. Es
horrible y es hermosa. Es fría en su ejecución y es cálida en su contenido.
Probablemente estemos ante una de las películas del año, una de las más desalentadoras
reflexiones sobre la vejez y uno de los mejores trabajos (si no el mejor) del
austríaco Michael Haneke. Creo que si durara quince o veinte minutos menos
sería una verdadera maravilla, pero por desgracia, no es así. A pesar de eso,
es una obra de muy buen nivel y bastante recomendable.
Puntuación: 8.25/10
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