Nueve años después de que Frodo Bolsón concluyese su
épico periplo a través de la Tierra Media en 'El señor de los anillos: el
retorno del rey', Peter Jackson nos devuelve a este fantástico universo para
contarnos una historia que acontece sesenta años antes de dicho viaje: 'El
hobbit', adaptación de la novela homónima de J.R.R. Tolkien, que narra las
aventuras que vivió el tío de Frodo, Bilbo, y que nos llegará en forma de
trilogía.
En esta primera entrega, 'El hobbit: un viaje
inesperado', Bilbo Bolsón (Martin Freeman) recibe la visita del mago Gandalf el
Gris (Ian McKellen), junto con trece enanos, liderados por Thorin Escudo de
Roble (Richard Armitage), que requieren su ayuda para recuperar su hogar en la
Montaña Solitaria, Erebor, que se halla sitiada por un dragón llamado Smaug.
Jackson deja bien clara desde el principio su intención
de unir esta nueva trilogía a la anterior; en la primera escena (que sucede
unos minutos antes del comienzo de 'La comunidad del anillo') vemos de nuevo a
Elijah Wood encarnando a Frodo y a un viejo Bilbo (Ian Holm) escribiendo a su
sobrino un libro con sus memorias. Éste hará las veces de prólogo, que nos pone
en contexto contándonos cómo los enanos perdieron su montaña y su oro a manos
(a llamaradas, más bien) de Smaug. Eso sí, el dragón se ve tanto como el atraco
en 'Reservoir Dogs'; al parecer, de haberlo mostrado ya, poca sorpresa quedaría
para las dos entregas posteriores.
Si bien en su primer cuarto resulta lenta, la cinta alza
el vuelo trayéndonos escenas filmadas con tino, que nos presentan a nuevos
personajes (el mago Radagast; Azog, rey de los orcos; Jabba el H… perdón, el
rey trasgo…) y a viejos conocidos, todos ellos enmarcados, como de costumbre, en
los espectaculares paisajes neozelandeses. Es pasada la mitad del metraje cuando
se da paso a una escena que, si bien hace que este ritmo que iba in crescendo
decrezca vertiginosamente, resulta ser una de las mejores (por no decir la
mejor) de la película: el hallazgo del anillo. Regresa Gollum (y Sméagol,
por supuesto), interpretado magistralmente por Andy Serkis (no restemos mérito
porque luego se digitalice), para jugar a los acertijos con Bilbo, en una
secuencia que brilla por ser capaz de hacernos reír en medio de la tensión que
crea el carácter de esta excéntrica criatura.
Sin embargo, no todo son aciertos. La dilatación de algunas
escenas, unida al exceso de comicidad en otras muchas, empobrecen y restan seriedad a esta producción
que, esperemos, sea superada (o al menos igualada) por sus secuelas.
En cuanto a las actuaciones, Martin Freeman, todo un
descubrimiento para un servidor, cumple con creces interpretando a un cauto Bilbo
que enamora con sus expresiones. Ian McKellen, del cual nada negativo puede
referirse, vuelve a ser Gandalf y Richard Armitage encarna notablemente a
Thorin, el líder de los enanos, atormentado por su pasado y ansioso por
devolver la gloria a los suyos. Completan el reparto (sin contar a los múltiples
enanos que destacan más bien poco) Cate Blanchett, Hugo Weaving y el ya
mencionado Andy Serkis.
Resulta prácticamente imposible no compararla con sus
predecesoras y, al hacerlo, éstas quedan por encima. Por una simple razón:
parten de una premisa más atractiva, una misión de mayor envergadura. Devolver
a unos enanos su hogar no puede compararse con la épica que desprende el tener
que salvar a toda la Tierra Media de caer en la oscuridad.
Es un grato retorno a este universo, un confortante regreso
a los horizontes por alcanzar, sólo que el horizonte que otrora fuera un volcán
rodeado de nubes negras es ahora una montaña que, si bien alberga en su
interior un dragón escupe-fuego, no desprende el mismo calor ni ilumina con
tanto esplendor.
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