lunes, 17 de diciembre de 2012

'El hobbit: un viaje inesperado'.



Nueve años después de que Frodo Bolsón concluyese su épico periplo a través de la Tierra Media en 'El señor de los anillos: el retorno del rey', Peter Jackson nos devuelve a este fantástico universo para contarnos una historia que acontece sesenta años antes de dicho viaje: 'El hobbit', adaptación de la novela homónima de J.R.R. Tolkien, que narra las aventuras que vivió el tío de Frodo, Bilbo, y que nos llegará en forma de trilogía.

En esta primera entrega, 'El hobbit: un viaje inesperado', Bilbo Bolsón (Martin Freeman) recibe la visita del mago Gandalf el Gris (Ian McKellen), junto con trece enanos, liderados por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage), que requieren su ayuda para recuperar su hogar en la Montaña Solitaria, Erebor, que se halla sitiada por un dragón llamado Smaug.





Jackson deja bien clara desde el principio su intención de unir esta nueva trilogía a la anterior; en la primera escena (que sucede unos minutos antes del comienzo de 'La comunidad del anillo') vemos de nuevo a Elijah Wood encarnando a Frodo y a un viejo Bilbo (Ian Holm) escribiendo a su sobrino un libro con sus memorias. Éste hará las veces de prólogo, que nos pone en contexto contándonos cómo los enanos perdieron su montaña y su oro a manos (a llamaradas, más bien) de Smaug. Eso sí, el dragón se ve tanto como el atraco en 'Reservoir Dogs'; al parecer, de haberlo mostrado ya, poca sorpresa quedaría para las dos entregas posteriores.

Si bien en su primer cuarto resulta lenta, la cinta alza el vuelo trayéndonos escenas filmadas con tino, que nos presentan a nuevos personajes (el mago Radagast; Azog, rey de los orcos; Jabba el H… perdón, el rey trasgo…) y a viejos conocidos, todos ellos enmarcados, como de costumbre, en los espectaculares paisajes neozelandeses. Es pasada la mitad del metraje cuando se da paso a una escena que, si bien hace que este ritmo que iba in crescendo decrezca vertiginosamente, resulta ser una de las mejores (por no decir la mejor) de la película: el hallazgo del anillo. Regresa Gollum (y Sméagol, por supuesto), interpretado magistralmente por Andy Serkis (no restemos mérito porque luego se digitalice), para jugar a los acertijos con Bilbo, en una secuencia que brilla por ser capaz de hacernos reír en medio de la tensión que crea el carácter de esta excéntrica criatura.



Sin embargo, no todo son aciertos. La dilatación de algunas escenas, unida al exceso de comicidad en otras muchas,  empobrecen y restan seriedad a esta producción que, esperemos, sea superada (o al menos igualada) por sus secuelas.

En cuanto a las actuaciones, Martin Freeman, todo un descubrimiento para un servidor, cumple con creces interpretando a un cauto Bilbo que enamora con sus expresiones. Ian McKellen, del cual nada negativo puede referirse, vuelve a ser Gandalf y Richard Armitage encarna notablemente a Thorin, el líder de los enanos, atormentado por su pasado y ansioso por devolver la gloria a los suyos. Completan el reparto (sin contar a los múltiples enanos que destacan más bien poco) Cate Blanchett, Hugo Weaving y el ya mencionado Andy Serkis.

La música destaca en el conjunto y Howard Shore (ganador de dos Oscars por 'La comunidad del anillo' y 'El retorno del rey') acierta de lleno al devolvernos melodías ya escuchadas en la trilogía del anillo para acompañar secuencias puntuales (el hallazgo del anillo, la aparición de Galadriel, el susurrar de Gandalf a las mariposas…) que yerguen el vello de los más acérrimos de la saga.



Resulta prácticamente imposible no compararla con sus predecesoras y, al hacerlo, éstas quedan por encima. Por una simple razón: parten de una premisa más atractiva, una misión de mayor envergadura. Devolver a unos enanos su hogar no puede compararse con la épica que desprende el tener que salvar a toda la Tierra Media de caer en la oscuridad.

Es un grato retorno a este universo, un confortante regreso a los horizontes por alcanzar, sólo que el horizonte que otrora fuera un volcán rodeado de nubes negras es ahora una montaña que, si bien alberga en su interior un dragón escupe-fuego, no desprende el mismo calor ni ilumina con tanto esplendor.




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